editorial

por millaray lobos garcía

memorias en confluencia

una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.

la traducción a otros registros del ritual jurídico hacia otros ámbitos del quehacer humano -en este caso, el de la creación artística y del registro sensible- puede permitirnos revelar su relevancia social fuera de su campo de aplicación más técnico. en efecto, ya sea por la injerencia de las leyes sobre los devenires de las sociedades, ya sea por la manera en que la evolución jurídica se ve modulada por los cambios sociales, la implicación entre ambos destinos es decisiva. las últimas revueltas que en chile han abierto el camino hacia la exigencia de una nueva constitución más justa y más cercana a nuestros deseos de un buen vivir dan cuenta fehaciente de ello.

 

en el caso de esta obra, la operación del autor consiste en trasladar la escena jurídica tal cual se desarrolló durante el juicio a la memoria histórica en españa a la escena teatral con un tratamiento documental. esto refiere a una manera de poner atención en lo que nos ofrece la realidad convirtiéndola en objeto ficcional por el sólo hecho de hacerla revivir en otro ámbito de percepción.

 

la forma de docuficción sonora que toma nuestra obra suma a ello un nuevo espacio intermediario en el que las y los oyentes pueden ver potenciada su capacidad de imaginar ellas y ellos mismos la obra, que devienen así una obra imaginaria.

 

traduciendo a nuestra manera el gesto del autor, la dimensión encarnada de este teatro de voces aspira así a darle cuerpo a las memorias que aquí se articulan mediante la evocación sonora, es decir, suscitando en los y las oyentes su propia interpretación, su propio montaje interior.  la obra sucede en quién la oye sin imposición de una imagen.

 

sobre el género documental del texto de raúl quirós molina y la docu-ficción puesta en voces por la directora en chile

una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a 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parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita 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refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.
una memoria sin cuerpos es una memoria sin presencias si bien no todos hemos vivido “en carne propia” los dramas que atraviesan las historias de territorios sometidos a dictaduras -sus consecuentes desapariciones, asesinatos, vejaciones, agresiones impunes, declaraciones de inexistencia- todos somos testigos y sobrevivientes de lo que esas heridas personales transfieren al conjunto del tejido social. ante la pregunta sobre una posible usurpación de la primera persona, del cada quien de estas historias, parece anteponerse otra, más fundamental, más antigua, casi arcaica: ¿qué es lo que realmente hemos vivido? ¿lo que cada uno de nosotros ha vivido, lo ha vivido realmente?, ¿la primera persona personal alcanza a dar cuenta de una experiencia traumática? muchas veces, las víctimas de traumas importantes -de esa “ruptura de membrana por un organismo cuya potencia supera las de nuestras defensas”- no pueden por sí reparar por sí mismas allí nada, porque esa experiencia no alcanza siquiera a ser experimentable, vivible, porque supera toda palabra. no hay nada. es una fosa, un hoyo, un hueco en el que apenas se vislumbra algún hueso sin nombre. la posibilidad de hacerla vivible pasa, en cambio, por hacer que otro pueda estar ahí con nosotros, que otro sea testigo y reconozca la existencia de esa vivencia, habilitándonos para integrarla a nuestra historia. por otra parte, para quienes no hemos vivido el mismo trauma, el ponernos en ese lugar del otro, frente a esa misma fosa, ver con ella, con él, el atisbo de hueso, alcanza a veces la potencia de una vivencia propia. es la fuerza, a veces, de la ficción, que remueve nuestros afectos más de lo que lo hacen las noticias de catástrofes innumerables que vemos desfilar en televisiones y redes sociales 24hrs/24. la separación así entre víctimas directas e indirectas de pasados que no pasan -que no terminan de pasar porque no se instituyen como una verdad institucionalmente reconocida, porque no se integran en el relato oficial- parece borronearse en beneficio de una noción más plástica, menos absoluta: la de distancia. hay distancia entre unas experiencias y otras, sí. y reconocer esa distancia es precisamente la garantía de que podamos “ver” y “leer” nuestras historias (personales y colectivas), pero esa distancia es también la que nos da acceso a una empatía sin la cual no hay tejido social posible. lo intolerable e inaceptable del mal nos concierne a todas y todos porque transgrede los límites de lo que colectivamente hemos aceptado como la vida que queremos. y esa transgresión despierta -o debiera despertar- en nosotros la necesidad de reparación. la escena jurídica es una de las escenas que puede, en ese sentido, instituir verdades que, si bien estarán siempre sujetas a nuevas interpretaciones, estabilizan lo que una sociedad entiende por ella. en estados que se pretenden democráticos la aplicación de esos principios de verdad y de justicia universal necesitan, a su vez, de la insistencia de asociaciones ciudadanas que empujan reivindicaciones y de las evoluciones sociales para ejercer dicho poder de instaurar verdad histórica. una vez más, es en el esfuerzo y el trabajo conjunto y social de memoria que se pliegan las posibles reparaciones individuales. otra de las escenas que ha, desde sus orígenes, trabajado con los malestares subyacentes a lo que aparece como oficial es, por supuesto, el teatro. el teatro como actividad, como modalidad y como lugar en donde nos reunimos para ver y para representar. es en ese sentido que la puesta en voces del texto “el pan y la sal”, y su escritura misma, se entienden en este proyecto como una traducción, en el ámbito de la creación, del ejercicio mismo de la democracia y de la lectura crítica que ella necesita. no pretendemos en ningún caso reemplazar la voz de quienes han atravesado el recorrido que va desde el reconocerse víctima al vivirse como sobreviviente de catástrofes humanitarias, pero sí pasar por una puesta en ficción que nos permita pensar, elaborar, compartir una historia común. reconocernos en ella como miembros de un mismo relato es un imperativo ético de ciudadanía al que, con este gesto, queremos sumarnos. un acompañar desde lo sensible procesos que, mientras no sean reconocidos, seguirán siendo fermento de violencia social. a propósito de estas violencias que estallan, de clamores que reclaman ya sea reparación, ya sea equidad, ya sea el derecho más básico a la existencia, es que hemos querido poner en diálogo también las disimetrías de trato entre víctimas oficiales y víctimas que siguen sin ser integradas en la historia oficial española con las víctimas de crímenes contra la humanidad cometidos en chile durante la dictadura cívico-militar y, más recientemente, durante el llamado estallido social de octubre del 2019. así, dentro de los entrevistados que hemos encontrado en nuestra pesquisa contaremos se encuentran el músico marcelo concha traverso, hijo de padre desaparecido, carmen garcía, hija de refugiados políticos españoles en chile, la actriz maría paz grandjean, víctima de un ataque de militar durante las convulsiones sociales recientes en chile, el abogado en derechos humanos y consultor internacional jaime godoy y el sicólogo clínico mauricio carreño. algunas palabras de raúl quirós, autor del texto “el pan y la sal” completan la lista de entrevistas que se encuentran también en los archivos de este sitio. testimonios suscitados a su vez por los testimonios de los que da testimonio el texto, se inscriben así en esa traducción del ejercicio democrático al que invita el texto -diríamos el “gesto”- del autor y que, creemos, abre un espacio de discusión en cada quién. algunos extractos de las entrevistas forman parte del documental sonoro en su totalidad, pero hemos también querido compartir con los públicos su integridad en pistas de audio ligeramente editadas que pueden escucharse en forma independiente.